5.7.09
Historia de la sonrisa

Muchos animales sonríen a su modo. Un perro, por ejemplo, sonríe meneando la cola. La sonrisa humana (al menos, su imagen) ha sido un bien escaso a través de la historia. Las primeras representaciones humanas -el arte rupestre y las esculturas paleolíticas- no le dan ninguna oportunidad a la sonrisa. Ni siquiera a las expresiones faciales. En el arte ya histórico, en Egipto, aparecen leves sonrisas. Algunos autores consideran estas sonrisas no como expresiones de felicidad, sino como el resultado de una convención estética, y otros de limitaciones técnicas. De hecho, se le llama "sonrisa arcaica



Aún con estas excepciones, la sonrisa, tan habitual hoy en la mayoría de las fotos ("diga patataaaa", "diga treinta y tres", etc.) tardó mucho en imponerse. Tanto la Grecia clásica y helenística como la antigua Roma presentan una proporción ínfima de sonrisas. No digamos la Edad Media, donde la seriedad y el sufrimiento son las expresiones abrumadoramente dominantes. En el Renacimiento empieza a vislumbrarse alguna aislada sonrisa, recuperando la leve sonrisa arcaica. El ejemplo más conocido, la Gioconda

Sin embargo, hay algo que choca con toda esta hipótesis de la extensión de la sonrisa asociada al aumento en los niveles del bienestar. Cualquier viajero que haya visitado alguna tribu o pueblo de economía precaria advierte que la gente sonríe y ríe abierta y constantemente. No así los chamanes de la tribu, ni los jefes, cuya sonrisa es más rácana. Es como si la responsabilidad o la dignidad estuvieran reñidos con la sonrisa y su mayor exponente, la carcajada. ¿Alguien se imagina al Papa, o a algún ayatollah, o a algún líder muy poderosos a carcajada limpia? La risa abierta implica que se ha sido sorprendido, que se ha recibido una ocurrencia no esperada. Y no tiene mucho sentido que quien tiene hilo directo con los dioses pueda ser fácilmente sorprendido. Además, revelaría un carácter mundano en las antípodas de lo que pregonan.
Si analizamos las imágenes de dirigentes históricos, veremos que casi nunca han sonreido. Son muy escasos los bustos romanos sonrientes, y no hay retratos en donde la alegría brille en los rostros hasta muy recientemente. Cualquiera con la suficiente categoría social para ser retratado imitaría los usos de los dignos mandatarios, reflejando su seriedad.
Esta tendencia se ha roto desde la mitad del siglo XX, cuando algunos dirigentes, como John F. Kennedy, Ronald Reagan, el risueño Tony Blair o el hilarioso Bill Clinton la han revertido. Ahora cualquier dirigente o famoso puede sonreir frecuentemente, como hace la gente corriente. Y eso ya no es contemplado como algo negativo.
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